REFLEXIÓN AL FINAL DEL CURSO
La falta de vocación en la enseñanza y el escaso rigor en las explicaciones, especialmente cuando se trata de preparar a los alumnos para una prueba tan decisiva como la Selectividad (EBAU o PAU, según la región), es un problema profundo que afecta no solo al rendimiento académico, sino también a la formación integral del estudiante.
La enseñanza no debería ser simplemente una ocupación; es, o debería ser, una VOCACIÓN. Quien decide dedicarse a la docencia asume una responsabilidad que va mucho más allá de cumplir un horario: implica formar personas, despertar el pensamiento crítico, y ofrecer herramientas reales para enfrentar desafíos como la universidad y, más allá, la vida misma. Cuando esta vocación no está presente, la educación se convierte en una rutina vacía, en una serie de contenidos transmitidos sin alma, sin conexión, sin propósito.
Esto se hace especialmente evidente en la etapa final del bachillerato, cuando los estudiantes se enfrentan al reto de la Selectividad. En ese momento, necesitan claridad, estructura, orientación precisa. No basta con “dar el temario”: hay que saber “explicar con rigor”, detectar dudas, ofrecer estrategias, y transmitir confianza. La improvisación, la ambigüedad o la falta de exigencia no solo perjudican el aprendizaje, sino que siembran inseguridad en los alumnos y los colocan en desventaja frente a otros que sí han recibido una preparación más sólida.
A menudo, detrás de esa falta de rigor hay una ausencia de formación continua, de pasión por la materia, o incluso de empatía. El problema no es solo del docente individual, sino de un sistema que no siempre premia la excelencia ni fomenta la actualización constante. Sin embargo, mientras tanto, los estudiantes pagan el precio: llegan mal preparados, desmotivados, y con una visión distorsionada de lo que significa aprender.
Enseñar es una de las tareas más influyentes en la sociedad. Por ello, requiere vocación, compromiso y rigor. Cuando un profesor no se prepara, no explica con claridad, o no exige con justicia, no solo está fallando al sistema educativo: está fallando a sus alumnos. Y ellos, en momentos tan clave como la Selectividad, merecen mucho más que eso. Merecen a alguien que crea en ellos, que les dé las herramientas correctas, y que los acompañe, con conocimiento y humanidad, en ese paso tan crucial de su vida.
Antonio Herrera